¿Qué hace Lasso que exacerba al pueblo?

Johnny Alvarado Domínguez – Periodista

La respuesta resulta dura, muy dura. Nada. Es esa inercia que tiene encolerizado al ciudadano común. Al que le dio el voto porque pensó, primero que era capaz para gobernar y segundo porque -en apariencia- al país se debía descorreizar con urgencia. Las promesas de campaña lejos de cumplirse se convirtieron en una faramalla que ahora ni él mismo sabe cómo salir. A más de la desidia que está a la vista, sus acólitos parecen vivir en una burbuja. Sus desaciertos son constantes. Sin embargo, nadie quiere enervar al jefe y prefieren rascarle la espalda al poder. Flaco favor que le hacen.

Uno de los problemas apremiantes que Lasso debe resolver es la violencia criminal que se cuela por todas partes. La extorsión, el robo y el crimen organizado no dan tregua. En la Bahía de Guayaquil, por ejemplo, hombres armados exigen pagar vacunas a pequeños comerciantes que viven del día a día. Si no se realizan los pagos balean sus viviendas y lanzan tacos de dinamita a sus propiedades.

Eso sin contar con el secuestro que ya cobró una víctima en Durán. La molicie con que trabaja Lasso genera que mientras la delincuencia posee armamento moderno, la Policía cuenta con armas limitadas que los pone en desventaja. La institución policial, a más de la crisis interna que vive, y que pone en tela de duda su transparencia, batalla cada día con patrulleros en pésimo estado, sin chalecos de protección y hasta con restricción en las balas que usan en un enfrentamiento. Si se les acaba, el policía debe comprar.

Entonces el pueblo pregunta. ¿Qué pasó con el candidato que sabía cómo sacar al país adelante y convertirlo en Dubái?
El presidente Lasso se ha desconectado de la realidad y sus seguidores prefieren guardar silencio. De ahí el declive de ese liderazgo aupado en falsas promesas y que ahora se degradó, sin que en su órbita más cercana se atisbe a alguien que le observe los desatinos, porque ni ministros, ni altos funcionarios tienen los cojones para contradecir al presidente banquero.

La ciudadanía -al parecer- le ha tomado el pulso. Los gallitos de teclado, esos camorristas que critican desde sus computadoras a través de las redes sociales lo apabullan con sus comentarios. Destituyó a Carrillo, pero antes lo elogió. Decapitó a los generales de la Policía y sacó -una vez más- a relucir su estulticia porque desconoce el manejo de las jerarquías piramidales de la institución. Por ello tuvo que recular y los generales se mantienen en sus cargos.

En su visita a la Escuela de Policía dijo que derruirá la edificación donde asesinaron a María Belén Bernal. La simple declaración le valió un literal arrastre en las redes sociales y fue la comidilla en todo el país.

Nadie le puede aclarar el panorama la excelentísimo Presidente que no existen argumentos válidos para derribar el edificio. Al parecer en su círculo cercano o no le dicen o él no escucha. Pero la Contraloría lo hizo. Afirmó -en un comunicado- que no se puede demoler un bien público.

Si el presidente Lasso padece esta situación -gobernar con el pueblo de espaldas- es producto de su tozudez. Ya nadie tiene oídos para ese discurso manido y birrioso con el que pretende convencer al pueblo. (O)