No romanticemos la pobreza, ni el delito

Por: Johnny Alvarado Domínguez- Periodista

“Un estado puede ser agitado y conmovido por lo que la prensa diga, pero ese mismo Estado puede morir por lo que la prensa calle”. La frase del político, filósofo, escritor y publicista francés Louis de Bonald, retumba cada vez más.  Y no porque la prensa cumpla a cabalidad ese rol; sino porque omite, solapa y hasta maquilla la realidad. En otras palabras, romantiza la pobreza y el delito.

En el 2019, Lenin Moreno el presidente que llegó al poder de la mano del correísmo, y luego traicionó a su partido político, dijo en rueda de prensa que el Ecuador está lleno de “monitos emprendedores”, niños que venden vasos con cola para ayudar con ingresos a sus familias. El gaznápiro exmandatario, no solo vilipendió a los niños sino también a los costeños, llamándolos “monitos”.

 Las limitaciones de Moreno le pasaron factura, el repudio ciudadano no se hizo esperar. La prensa tradicional tampoco salió bien librada, más allá que su imagen ya venía en deterioro.  El declive de los niveles de lectoría y audiencia reflejan una credibilidad en franco descenso; aunque ellos no lo aceptan, el desdén ciudadano se nota en la caída de sus ventas.

Sin embargo, para la prensa tradicional, el subempleo de muchos ecuatorianos ha generado que se cuenten cientos de historias muy interesantes, por cierto. Al fin y al cabo, los periodistas somos contadores de historias. Pero el problema no radica en la narrativa sino en que la clase política nos quieren vender el cuento de que la pobreza es exótica y romántica. Y la prensa se presta para brindar esa mirada torva de la realidad.

El pobre no escoge su condición. Pero en la prensa se publican historias contadas con buena pluma que pretenden romantizar que un niño vaya al colegio con zapatos que muestran los dedos y sus cuadernos en una funda. Se ignora que la pobreza en sí llena de preocupaciones al pobre, y este no está exento de ser víctima del delito y de la aporofobia social.

Una muestra contundente son nuestros vecinos de al frente. Los habitantes de Durán, la otrora urbe pacífica del Guayas, hoy convertida en el epicentro de la delincuencia y el crimen organizado, es blanco de comentarios rudos y hasta de memes en donde se asegura que habitar en Durán es de valientes. Hacerlo, sin duda, representa un desafío para la gente de bien, pero seguramente están ahí porque carecen de recursos para migrar a otra ciudad o a una urbanización que les brinde seguridad. Sin embargo, la prensa los quiere erguir sin subterfugio como valerosos héroes que no le temen al peligro, ni a la muerte. Nada más falso que eso, pero con astucia y doblez pretenden adjudicarles ese postureo ante la sociedad.

Lejos quedó esa premisa de contar historias sin apasionamientos baladíes y cargadas de realismo. No podemos decir ante los apagones, producto de la inoperancia estatal, que las penumbras deben aprovecharse para cenas románticas a la luz de las velas.

El romanticismo noticioso no tiene límites. Según el Espasa, el diccionario de lengua española, una vacuna es una sustancia orgánica o virus convenientemente preparado que, aplicado al organismo, hace que este reaccione contra él preservándolo de sucesivos contagios. El concepto es claro y sin remilgos.

Pero la prensa se hace eco del mal empleo del término y lejos de corregir a la sociedad lo repite y lo posiciona. Así encubre, muy sutilmente a delincuentes que extorsionan a todas las clases sociales.

No podemos llamar “vacunadores” a quienes amenazan e intimidan a dueños de negocios y locales comerciales. Muchos menos a extorsionadores que secuestran a personas inocentes y luego piden rescate. Es momento de llamar a las cosas por su nombre, al menos así lo exige el manual más básico de periodismo.

Las problemáticas sociales más intrincadas son producto de los pésimos gobiernos que han estado frente al país. Sin embargo, la prensa es llamada a denunciar y confrontar a los políticos que llegan a cargos públicos para servirse de ellos.  Llamar al pan, pan y al vino, vino.  Quitarles del todo ese maquillaje teatral de la cara a esos arlequines de la política. O dicho menos poéticamente desenmascarar a esos hipócritas cuyos principios no se concilian con la honestidad.

Basta de solapar con frases románticas y cuentos de hadas el robo atroz y la inoperancia de los gobernantes de turno. Con la fuga de “Fito” cuando el plan Fénix estaba aparente pleno vuelo, la prensa debe percatarse de que no existe un mecanismo de contingencia para combatir al hampa, ni estamos preparados como nación para hacerle frente al crimen organizado. Esperemos que mañana no digan que la fuga de “Fito” fue inteligenciada y digna de película Hollywood. Porque, así como vamos… los políticos nos mean y la prensa dice que llueve. (O)