Con el permiso de mis alumnos

Por: Johnny Alvarado Domínguez-Periodista

Desde hace 20 años me dedico a la tarea de enseñar en las aulas universitarias. En ese lapso he sido maestro de algunos estudiantes que ahora también ejercen la cátedra; y eso me llena de orgullo porque muchos de ellos no solo destacan en la docencia, sino también en el periodismo puro. En esa trinchera que muchos dicen defender y que pocos tienen los cojones para ser verdaderos periodistas.

He sido periodista durante 30 años. Sí,  periodista a secas, sin artilugios, ni esa perorata propia de los que no hacen nada pero hablan mucho.

Cientos de estudiantes llegan a los salones de clases seguros de que serán buenos en el oficio, porque tienen memorias privilegiadas o porque son medianamente coherentes al hablar. Pero con esos atributos no llegarán ni a la esquina.

Para algunos estudiantes -como efectivamente lo sé- no soy santo de su devoción, porque en casi todos los semestres los molesto con J. Como a un reportero de televisión que con el argumento de que trabajaba pretendía no entrar a clases y que me haga de la vista gorda. El infortunado tuvo que buscar otras opciones académicas, porque en donde no hay disciplina no coexiste nada bueno.  Sin embargo, si me voy al otro lado del espejo debe resultar cansino, recibir todos los días el mismo sermón de que se requiere -al menos- leer y tener sentido común para pretender ser periodista.  “Lo que Natura no da, la universidad no presta”.

Pero más allá de que ya bordeo el medio siglo y que hasta me sienta viejo en medio de tanto joven, no dejaré la cantaleta de enseñarles no solo a escribir bien, sino también a ser coherentes, éticos y objetivos. La tarea es dura y hasta aterradora, lo comentamos -hace poco- entre docentes y periodistas, porque mientras nos esforzamos por transmitir esas cualidades; la vocinglería de los todólogos y los periodistas rastreros y vendidos dan cuenta de que a la vuelta de la esquina se afianza ese periodismo avieso y pesetero.

El caso Metástasis no sólo puso en jaque a la putrefacta y carroñera clase política, judicial y social del país; también extendió sus tentáculos a los periodistas. Sí, justo a aquellos que se rasgaban las vestiduras y acusaban de corruptos a políticos y colegas. Pensar que sus investigaciones y destapar ollas de grillos le valieron aplausos y hasta invitaciones en donde dos fulanos daban clase no solo de periodismo, sino también de moral y ética. Al menos eso parecía. Es ahí cuando siento decepción al ver como se mancilló una profesión de tan noble naturaleza.

Que duro fue leer que mientras los delincuentes planeaban asesinar a una colega, el periodista que se vanagloriaba de investigador trataba de ñaño a un reo. No es raro atisbar que la prensa siempre le resulta incómoda a la mafia; pero que un periodista no se inmute ante un posible asesinato es deplorable y nauseabundo.

Ryszard Kapuscinski, el connotado periodista polaco en una de sus últimas entrevistas aseguró que ‘Para ser buen periodista hay que ser buena persona’ y sostuvo sus tesis al argumentar que nuestro trabajo depende mucho de otra gente. “Es una obra colectiva. Nosotros sólo apuntamos voces y opiniones de la gente. Si nuestras fuentes no quieren hablar con nosotros, no conseguiremos información”.

Pero esta norma tan básica, muy similar a un sonsonete que retumba en las aulas de clases de la carrera de periodismo no está calando hondo.

Siento desazón que mientras en los salones enseñamos con pasión las reglas más básicas para hacer un periodismo sensato y de servicio a la comunidad, la realidad me pone en un plano romántico y soñador. Porque en las calles del país impera el grito del matón, la trinca y la coima del ratero de cuello blanco, del caco taimado y sin escrúpulos.

Si en algo amaina la decepción que la comparten cientos de colegas, es que esos valores más que en las aulas se afianzan dentro de los hogares y es ahí en donde aparece el desbalance social. En el plano profesional un verdadero periodista no tiene porqué recurrir a la corrupción, si lo hace la profesión le quedó grande. El oficio jamás ha servido para hacerse millonario, pero sí para servir a quienes más lo necesitan. Esta profesión tan noble y a la vez tan venida a menos requiere de seres humanos que apenas sientan que se están deshumanizado, busquen otra tarea, porque como dijo el ya citado Kapuscinski, los cínicos no sirven para este oficio. Esta profesión es de mucho cuidado. (O)