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Solo le pido a Dios

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Por: Johnny Alvarado Domínguez – Periodista

El título de este texto emula el de la canción compuesta en 1.978 por el cantautor argentino León Gieco. Desde su lanzamiento el tema fue versionado en diversos idiomas. La letra inspirada en los duros acontecimientos de la época caló hondo en el sentimiento latinoamericano y mundial. Sin embargo, luego de 45 años de su creación las frases no han pasado de moda, porque los problemas que afrontamos como sociedad -al menos en  la latina- son los mismos en forma y fondo.

En estos momentos de completo apremio nacional, en donde impera la delincuencia, el negociado tras bastidores; en donde pulula el latrocinio, la coima, la trinca y la componenda, es de extrema importancia ser cautos a la hora de elegir a quienes nos gobernarán hasta el 24 mayo del 2025.
El enemigo número 1 que ha enfrentado el país, desde el retorno a la democracia, en agosto de 1979, es la traición. Sí como usted lo lee, la traición de aquel que prometió dádivas aún cuando sabía que jamás las cumpliría.  La traición de quien llegó de la mano de un presidente, pero a los 20 días se cambió de orilla y le hizo contra sin miramientos.

La traición de quien en 1983 usó la “sucretización” por la cual la deuda en dólares de empresas y bancos se transformó en deuda en sucres, con la que -según él- se evitó un supuesto colapso de la economía ecuatoriana. Así, la traición al pueblo estuvo latente en casos como la construcción de la Perimetral y Ecuahospital. El festín de los gastos reservados, el negociado de Flores y Miel, el salvataje bancario, entre otros.  Es decir, la traición vestida de gala y también en harapos, pero traición al fin y al cabo en todas las dimensiones.

La mayor deshonra que sufrimos como país es que muchos de esos traidores aún buscan llegar al poder ya sea con candidaturas propias o aupando a pequeños delfines. Todo con el auspicio de los medios tradicionales, que también son causantes de la descomposición social, aunque ahora se rasguen sus vestiduras y salgan a blandear la bandera de libertad.

Los periodistas siempre vivimos cerca del poder aun sin serlo. Y por esa proximidad atisbamos -en muchas ocasiones y a pocos metros- como se festinaron el país entre gallos y medianoche.
Pero más allá de todas las traiciones que sufrió este pueblo empobrecido por una clase política rastrera y taimada, esta vez no tenemos espacio para el error. Es momento de poner los pies sobre la tierra, mirar a nuestro alrededor, entender nuestra realidad, asimilar que solo podemos salir del ostracismo si enfrentamos a esta sarta de traidores que han vuelto disfrazados a pedir el apoyo popular.

No podemos cargar con políticos que solo quieren llenar sus faltriqueras y las de acólitos. No debemos seguir obnubilados con aquellos que nos mintieron con los 2 millones de empleos, con los 100 minutos para solucionar los problemas más complejos que tenemos como país. Con aquel político que hace un año aseguró en cadena nacional que contaba con un plan estructurado para combatir la delincuencia, pero lleva sus manos y pies salpicados de sangre.

Basta de dar el voto a estos gaznápiros que han sido parte del poder durante décadas, con esa retórica manida que nos hace pensar que tienen solución a todo, pero nunca resuelven nada. Basta de esas pamplinas con las que llegan a las puertas de cada casa, aun cuando tienen sus fauces embarradas de excremento.  No nos dejemos convencer de esa nebulosa teórica con la que siempre nos han engañado. Esta vez tenemos que enfrentar la realidad sin sentimentalismos, ni cobardías. Debemos aceptar que la realidad superó la teoría. Que la delincuencia común se desbordó y que la de cuello blanco -la que los políticos ostentan- no tiene vergüenza. Seamos protagonistas de un cambio real, no seamos cómplices de los “malhechores” de siempre; a este toro hay que tomarlo por los cuernos y sin remilgos sepultarlo en los albañales de donde nunca más debe salir.

El voto debe meditarlo y razonarlo; y para los creyentes, pedirle a Dios que nos dote de entendimiento. Y como dice León Gieco, en su icónica canción… «Sin un traidor puede más que unos cuantos, que esos cuantos no lo olviden fácilmente». (O)

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